Un organismo si está enfermo, suele mostrar signos y síntomas de su enfermedad, por los cuales evidencia su falta de salud. De igual forma, una sociedad, una institución, un conglomerado, a través del correcto cumplimiento de sus funciones y fines, así como de la capacidad de hacer prevalecer el valor que merezcan sus fundamentos y principios, manifiestan su grado de sanidad.
En el caso de nuestros políticos, algunos irán tan lejos como para afirmar que en realidad la política misma lleva intrínseca la semilla de la corrupción y que el por mero hecho de ser político, a fuerza se pierde la ética. No me detendré a refutar ni a defender esta tesis, pero sí diré que para mí, un político, que al menos en algún grado no se vea obligado a lesionar la justicia, la integridad, la honestidad, la lealtad y la verdad, es verdaderamente un ave rara, uno en un millón y que debe tenerse en altísima estima.
En concreto, para nuestro caso local, no precisamos ser expertos para darnos cuenta que salvando algunas excepciones, nuestros políticos se encuentran en un deplorable estado de decadencia de todo tipo: intelectual, moral, institucional, estratégica, entre otras. El grado de enfermedad de la política salvadoreña es grave y los remedios no parecen dar esperanza de su recuperación a corto plazo.
Por un lado, tenemos a un tipo cuyo nombre es, muy irónicamente, el de uno de los profetas menores, pero por las barbaridades que ha dicho, con ellas dañando no solo su propia imagen sino la del partido que representa y de la ideología que se supone debería sustentar, ha perdido totalmente mi respeto y la cortesía de nombrarle, refiriéndome a él como lo que ha demostrado ser: un hombrecillo. Un fulano que careciendo de carisma, de elocuencia, de coherencia, de presencia, de luces intelectuales y pudimos ver que hasta de cojones, sucumbiendo a un temor intolerable y siendo incapaz de responder como hombre, mintió públicamente al alegar que no conocía sobre el propio fundador de su partido. Todos sabemos que intentó evitar caer ante las trampas que le quiso tender quien lo entrevistaba, pero en vez de respirar y dar una respuesta adecuada, dándole él su propia orientación y límites, cayó preso del pánico y dejó patente su falta de habilidad comunicativa, su grado de cobardía que le llevó a desconocer públicamente al fundador del partido de quien es candidato, la vergüenza que le produce ese mismo fundador y con ello, al menos indirectamente también, la lucha y valores que este personaje defendió en su momento, y que este hombrecillo prefirió mantener en el olvido intencional, por evaluar él que no eran convenientes, ignorando que su reacción subcomunicó traición, ignorancia, debilidad, incapacidad, vergüenza y temor, todo esto para nada de esperar de una persona que está buscando obtener la confianza de millones de votantes y que debería tanto conocer como poder comunicar sus propias raíces ideológicas y partidarias.
Este mismo hombrecillo en otra ocasión estaba hablando públicamente de economía con un discurso…¡socialista!, lo que es absolutamente inaudito e inexcusable en un líder de un partido e ideología contrarios al socialismo. Pero no sorprende del todo, si se toma en cuenta que este candidato dice lo que se le ocurre en el momento con tal que le parezca “popular”. Dejemos hasta aquí al pobre hombre, suficiente para no merecer ni voto, ni apoyo ni nada.
Por otro lado, tenemos a un payaso que con tal de ser mejor conocido y que la gente hable de él, hace propuestas absurdas y dice cosas extravagantes. Este mal comediante sabiendo que no ganará, sacrifica su buen nombre e imagen, convirtiéndose voluntariamente en un hazmerreír con tal de que “hablen de él”, sin la menor intención de un esfuerzo responsable de ofrecer propuestas y un discurso inteligentes. Este wanna be de showman tercermundista lejos de ofrecernos lecciones de política seria, se rebaja al nivel de creador de contenido barato y risible en redes sociales, donde no nos extraña que la exigencia por la calidad y lo sustancioso brille por su ausencia, mientras el entretenimiento y la búsqueda de dopamina sea el gancho recurrente de la mayoría de sus usuarios.
Y finalmente, otra fuerza política lo que nos está enseñando es que las leyes valen lo que el poder les permita, nos confirma la ley del más vivo, el imperio del voluntarismo y de la manipulación. Nos deja a muchos con sed de justicia, de verdad y con incertidumbres geopolíticas.
No siendo este texto en absoluto un radiografía exhaustiva de nuestra política salvadoreña, ni tampoco un análisis formal, sino apenas una aproximación parcial, termino mencionando algunos remedios contra los males mencionados.
Es necesario que los partidos políticos, ciertamente, se renueven y puedan adaptarse a las necesidades de nuestro contexto, pero sin repudiar sus principios y orígenes. Al contrario, desde la aceptación de su historia e ideales, desde su autoconocimiento y fidelidad a sus propios valores, serán capaces de atraer a quienes compartan su visión y comulguen con sus principios. La gente puede respetar la autenticidad, la asertividad, la coherencia pero no galardona la traición, la incoherencia ni la debilidad de quienes se niegan a sí mismos con tal de pretender quedar bien con los demás. Y no confiarán en quienes se muestren avergonzados de su propia identidad.
El marketing y la comunicación política, sobre todo orientados en las redes sociales, no deberían permitir que la publicidad por sí misma prime por encima de la calidad de las ofertas electorales ni de las cualidades e idoneidad de los políticos. En esto, la ciudadanía está llamada a ser más exigente con los políticos y tampoco comportarse como adolescentes consumidores de lo político como si se tratara de “entretenimiento”, lo que es altamente perjudicial.
Finalmente, el sagrado arte de gobernar no debería prestarse a ser el juego de niños malcriados y caprichosos, ni de oportunistas sobalevas que venden su alma al mejor postor, ni tampoco el medio que tienen algunos que de otra forma no son capaces para obtener mayores ingresos. La política debería modelarse teniendo en cuenta al menos como referente real a la ética, no constituirse en la práctica en un divorcio tácito de ella. De nuevo, los ciudadanos deberíamos velar porque la justicia y la verdad no resultaran perjudicadas por el ejercicio del poder y de serlo, procurar su restablecimiento. No debemos cerrarnos a admitir las cualidades y logros de las distintas fuerzas políticas y sus representantes. Pero eso tampoco debe hacernos cerrar los ojos ante aquello que puede y debe mejorarse o incluso, cambiarse. Hasta que los diferentes integrantes de la sociedad no se hagan responsables de una transformación radical a nivel intelectual, técnico, espiritual y moral, ni elegidos ni electores en una democracia liberal podrán lograr el desarrollo de una política sana para el beneficio del bien común.
¿Qué puedo decir sino que comparto totalmente tu apreciación sobre la política y la sociedad guanaca de hoy en día? Lo triste es que este análisis, con algunos pocos cambios podría corresponder pefectamente a uno hecho sobre mi propio pais, Argentina.La decadencia estáacabando con el mundo entero.
ResponderEliminar