A Jesús lo condenó a muerte el poder político por temor a represalias de instancias temporales superiores. Pilato, en una forma desesperada además de insostenible de intentar salvar al Redentor, deja en manos de la muchedumbre la decisión de absolver o de condenar a Cristo. Y por instigación de la autoridad religiosa, el "Pueblo" representado en la multitud que presenciaba el juicio más inicuo de la historia, acaba pidiendo la muerte del Autor de la vida y la liberación del malhechor Barrabás. No le sirvió su "Ecce homo" (He aquí el hombre) al gobernador, para sensibilizar y mejor aun, concientizar a los concurrentes de la inocencia del Salvador. La plebe dio su veredicto, Pilato dictó la terrible sentencia, el sacerdocio corrompido acogió con complacencia en su mortal ceguera y falta de discernimiento, la brutal resolución. Se resolvió por voto el destino mortal del Rey inmortal. Triunfó la democracia liberal. Con el respectivo detrimento de la justicia, la verdad y el bien.
La democracia liberal se fundamenta en la voluntad y el número, no en la razón ni en la justicia ni en el bien común. Desconoce cualquier tipo de orden, sea natural o divino, salvo el suyo propio. Tiende a igualar lo desigual, a relativizar lo absoluto, a absolutizar lo relativo, a tolerar todo salvo a la intolerancia, a supuestamente fomentar el pensamiento crítico pero encargándose de censurar o penalizar a quienes la critiquen.
Es la glorificación del pulso coyuntural, la guerra civil endémica, la manipulación de masas para fines electorales, la carta de ciudadanía a la mediocridad, el ignorantismo culpable por intencional, de la noción de bien y mal, y finalmente, el instrumento necesario de élites oscuras para la neutralización y acomodamiento de las mentes y espíritus al establecimiento próximo del orden mundial más despótico y perverso que haya conocido la humanidad.