Castillo en el desierto

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sábado, 8 de octubre de 2016

Diversidad cultural vs Multiculturalismo

Hablar de culturas diversas es constatar la realidad. Es reconocer el potencial de la riqueza y multiplicidad de las sociedades como forjadoras de cultura. Es admitir que existen elementos de valor en culturas ajenas a la propia, pero también, aspectos que consideramos no solo ajenos, sino además, negativos y que es al menos cuestionable, quererlos asimilar. De la misma manera, sabemos que nosotros mismos también contamos con elementos negativos en nuestro repertorio cultural y si somos gente de bien, no querremos tampoco exportarlos a otros colectivos.  En la diversidad cultural, asumimos la alteridad, la otredad y aprendemos a desarrollar diferentes formas de relación entre los diferentes grupos humanos. Todo esto es intrínseco en la naturaleza humana y fruto de procesos históricos, cambios ambientales y genéticos. 

 Multiculturalismo, por otra parte, es un paradigma posmoderno artificioso que pretende forzar  la interacción de la diversidad cultural, diluyendo así en muchos casos y con una constatación no siempre inmediata, los núcleos fuertes identitarios de las sociedades que acogen con este paradigma a comunidades con cultura que presentan fuertes puntos diferentes a la suya. Detrás de esta ideología subyacen a pesar de la buena voluntad de muchos de sus adherentes, intereses oscuros de élites que conscientemente buscan desmantelar los últimos bastiones de tradición auténtica, identidades fuertes y herencia en sus distintas manifestaciones que aún subsisten a pesar del embate revolucionario ejercido desde la modernidad.

Tras una aparente voluntad de unión y acercamiento, se esconde un pensamiento que tiende a la estandarización y homogenización. Se pretende que con una educación en la tolerancia y valoración del otro, se evitarán los conflictos que pueden darse debido al choque o incompatibilidad de creencias, actitudes y valores diferentes. Sin embargo, en la realidad suele mostrarse otro escenario. Porque de existir principios, valores, ideas y costumbres muy desemejantes y personas dispuestas a defenderlos, necesariamente habrán problemas. Es por eso que los ingenieros sociales promotores de un orden mundial globalizado trabajan en la deconstrucción de esos núcleos fuertes identitarios en las diferentes culturas, tratando de imponer valores alternativos con visos de universalidad. Valores e ideas suaves, relativistas, liberales, agnosticistas, bajo el eje de la tolerancia, que no se propone como la civilizada permisión paciente y temporal de un mal en vistas a un bien superior, sino más bien, se pretende imponer como la carta de ciudadana e inclusión de todo tipo de axiología ajena a la propia o a la de la mayoría en una sociedad, aun si es diametral y directamente contraria.

Diferentes tipos de sociedad en distintas épocas en la historia han conocido la diversidad cultural y reconociéndola, algunas veces de mejor forma que otras, han sabido guardar un equilibrio en que la convivencia con lo diverso no ha representado un problema grave. Considero que parte de ello se ha debido al verdadero respeto y conciencia identitaria. Cada grupo humano se ponía frente a frente, sabía quién era y con quién interactuaba. Con quienes quería lazos más estrechos y con quienes prefería evitarlos. Es decir, los pueblos podían decidir sus amistades y enemistades. Qué querían ser y hacia dónde ir. Qué principios custodiar y cuáles rechazar. Con el multiculturalismo cual lo entienden y aplican muchos de las élites mundiales, el acercamiento cultural no se busca desarrollarlo así, no solo en coexistencia y reglas consensuadas de vecindad, sino en amalgamamiento con diferentes aspectos como el ideológico, religioso y étnico. 

No es extraño entonces que surjan voces preocupadas y disidentes en distintas comunidades humanas, preocupadas por su porvenir como pueblo y comunidad. Implícitamente (y a veces de forma manifiesta), se les está tratando de hacer ver que aferrarse a sus tradiciones y manera de pensar o actuar, es quedarse fuera del "progreso" y de la "ciudadanía global". Una obsolescencia inaceptable.
La condición para "tolerar" estas "manías" dinosáuricas, es que se acepte la validez INTRÍNSECA de la otredad, aunque no se obligue a adherirla. Que no se cuestione su presencia y licitud en la sociedad, por más que toque fibras identitarias y axiológicas sensibles de la mayoría de la población, y aunque esto haya sido así por siglos enteros.

Este pensamiento mundialista disfrazado de democrático, se va imponiendo en los gobiernos, a través de organismos supraestatales, centros de educación, ONG's, etc. Y de él se valen en realidad, minorías con objetivos particulares, con frecuencia ajenos a la idiosincrasia popular.

Frente a esta acción política deconstruccionista y revolucionaria, es necesario promover todo aquello que redunde en el fortalecimiento de la soberanía nacional, de la libertad e independencia reales de los pueblos y en su capacidad para decidir su configuración cultural con una conciencia lo más clara posible de quiénes son, quiénes quieren ser y qué destino histórico quieren forjar,  no por vía de manipulaciones mediáticas e ideológicas.

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