martes, 8 de noviembre de 2016

Las elecciones presidenciales en E.E.U.U. como ventana a la conflictividad axiológica en el occidente actual


Veo por allí reacciones de amargura, lamentación, despotrique, por la posibilidad de que gane Trump. No es de extrañar. Son de personas cuyo perfil moral, intelectual e intereses se ubican dentro del progresismo, el liberalismo, un humanitarismo utópico y cosillas así. Suelen ser algunos muy afanados en defender ciertas minorías, pero no se quieren enterar de otros principios y valores de cierta mayoría. Nosotros, que estamos en sus antípodas, jamás hemos pretendido ni pretenderemos neutralidad ni justificarnos con derechos humanos para privilegiar a unos y nulificar a otros.

Deberían concientizarse de que obviamente, no, no todos somos como ellos. Que si ellos enarbolan la bandera de la tolerancia, en realidad, no son tan tolerantes. Basta ver que no les es indiferente que ciertos principios y valores contrarios a los suyos SEAN DEFENDIDOS. Les parece algo increíble en el siglo XXI. Los que se atreven a no tomar sus ideales ni visión de mundo como la norma societal, son tenidos por idiotas y retrógadas. Pues bien, ya vamos viendo hasta dónde realmente llega su igualitarismo.

Nosotros, los que defendemos valores eternos, principios que no dependen de modas intelectuales ni de decisiones de la mayoría, no pretendemos sonreírle a todo el mundo ni quedar bien con un discurso políticamente correcto. Dios, Patria, nación, verdad, fe, identidad, orden, fidelidad, entre otros, son nuestros asideros.

No nos escandaliza reconocer como patologías colectivas como el no considerar asesinato el aborto, ni le llamamos eufemística y estúpidamente "interrupción del embarazo". Ni desconocemos como genocidio precisamente a los millones de fetos descuartizados inescrupulosamente. No nos da pena decirle "pecado que clama al cielo" el de ciertas minorías que prefiero no nombrar pero para el inteligente no es necesario que lo haga. En la actual civilización occidental, y en el sistema imperante, los medios, la "intelectualidad", los políticos bien pensantes, los ingenieros sociales y los poderosos en general, suelen ir tendiendo a paradigmatizar una cultura inmoral, antinatural en varios sentidos, disolutora de identidades de corte tradicional y cuyo vicio principal, origen de toda su nocividad, es la abierta oposición a reconocer a Dios, al que creen ridículamente reducirle su soberanía y poner en entredicho su existencia con escribirlo con "d" minúscula. Pretenden ser tan humanos, pero tristemente en su presunta apertura llegan en la práctica, precedida con una teoría endeble, a la deconstrucción de la ontología humana, la cual lindamente están dispuestos a negar.

En fin, no pueden tolerar ni mayorías ni minorías siempre y cuando éstas se les opongan. Nosotros, por nuestra parte, como no alardeamos de liberalismo ni tolerancia, somos más coherentes: poco nos importan los cartelitos que nos pongan, como “conservadores”, “dinosaurios”, “intolerantes”, “fachos”, “machos”, “trasnochados”, etc. Una etiqueta y peor, dolosa, no nos da ni nos quita nada. Nosotros, seamos mayoría o minoría, somos, existimos. Y nuestros mejores se encargan de  preservar los trascendentales del ser a los que nos aferramos, sin importarnos el grado de atrincheramiento al que nos quieran colocar.

No amamos ser disidentes por el mero hecho de diferir con nadie. No odiamos a nuestros opositores. Pero, tampoco estamos dispuestos a capitular. Que no tengamos ni los liderazgos que se ameritan ni el poder necesarios en esta hora de la humanidad, no implica que nos sean indiferentes quienes nos gobiernen. Y que no siempre estemos bien representados, tampoco significa que no seamos capaces de circunstancialmente apoyar a quienes en alguna medida resten al grado de nocividad que pueden traernos otras alternativas.

Estamos en la gradual ruptura de la poco feliz coexistencia pacífica entre visiones de mundo tan diferentes. Inevitablemente, habrá grandes conflictos de toda índole. La pluralidad sin asideros fuertes no pueden llevar a otra cosa sino a la división y la fragmentación. O se forja una unidad en la que Dios es el centro y fundamento, o en la que el hombre auto-emancipado se arroga el delirio de tratar de jugar a ser Dios. Tertium non datur.

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