Veo por allí
reacciones de amargura, lamentación, despotrique, por la posibilidad de que
gane Trump. No es de extrañar. Son de personas cuyo perfil moral, intelectual e
intereses se ubican dentro del progresismo, el liberalismo, un humanitarismo
utópico y cosillas así. Suelen ser algunos muy afanados en defender
ciertas minorías, pero no se quieren enterar de otros principios y valores
de cierta mayoría. Nosotros, que estamos en sus antípodas, jamás hemos
pretendido ni pretenderemos neutralidad ni justificarnos con derechos
humanos para privilegiar a unos y nulificar a otros.
Deberían
concientizarse de que obviamente, no, no todos somos como ellos. Que si ellos
enarbolan la bandera de la tolerancia, en realidad, no son tan tolerantes.
Basta ver que no les es indiferente que ciertos principios y valores contrarios
a los suyos SEAN DEFENDIDOS. Les parece algo increíble en el siglo XXI. Los que
se atreven a no tomar sus ideales ni visión de mundo como la norma societal,
son tenidos por idiotas y retrógadas. Pues bien, ya vamos viendo hasta dónde
realmente llega su igualitarismo.
Nosotros, los que defendemos valores eternos,
principios que no dependen de modas intelectuales ni de decisiones de la
mayoría, no pretendemos sonreírle a todo el mundo ni quedar bien con un
discurso políticamente correcto. Dios, Patria, nación, verdad, fe, identidad,
orden, fidelidad, entre otros, son nuestros asideros.
No nos
escandaliza reconocer como patologías colectivas como el no considerar
asesinato el aborto, ni le llamamos eufemística y estúpidamente
"interrupción del embarazo". Ni desconocemos como genocidio precisamente a los
millones de fetos descuartizados inescrupulosamente. No nos da pena decirle
"pecado que clama al cielo" el de ciertas minorías que prefiero no nombrar pero
para el inteligente no es necesario que lo haga. En la actual civilización
occidental, y en el sistema imperante, los medios, la
"intelectualidad", los políticos bien pensantes, los ingenieros
sociales y los poderosos en general, suelen ir tendiendo a paradigmatizar una
cultura inmoral, antinatural en varios sentidos, disolutora de identidades de
corte tradicional y cuyo vicio principal, origen de toda su nocividad, es la
abierta oposición a reconocer a Dios, al que creen ridículamente reducirle
su soberanía y poner en entredicho su existencia con escribirlo con
"d" minúscula. Pretenden ser tan humanos, pero tristemente en su
presunta apertura llegan en la práctica, precedida con una teoría endeble, a la
deconstrucción de la ontología humana, la cual lindamente están dispuestos a
negar.
En fin, no
pueden tolerar ni mayorías ni minorías siempre y cuando éstas se les opongan.
Nosotros, por nuestra parte, como no alardeamos de liberalismo ni tolerancia,
somos más coherentes: poco nos importan los cartelitos que nos pongan, como “conservadores”,
“dinosaurios”, “intolerantes”, “fachos”, “machos”, “trasnochados”, etc. Una
etiqueta y peor, dolosa, no nos da ni nos quita nada. Nosotros, seamos mayoría
o minoría, somos, existimos. Y nuestros mejores se encargan de preservar los trascendentales del ser a los
que nos aferramos, sin importarnos el grado de atrincheramiento al que nos
quieran colocar.
No amamos ser
disidentes por el mero hecho de diferir con nadie. No odiamos a nuestros
opositores. Pero, tampoco estamos dispuestos a capitular. Que no tengamos ni los
liderazgos que se ameritan ni el poder necesarios en esta hora de la humanidad, no implica que
nos sean indiferentes quienes nos gobiernen. Y que no siempre estemos bien
representados, tampoco significa que no seamos capaces de circunstancialmente apoyar
a quienes en alguna medida resten al grado de nocividad que pueden traernos
otras alternativas.
Estamos en la
gradual ruptura de la poco feliz coexistencia pacífica entre visiones de mundo
tan diferentes. Inevitablemente, habrá grandes conflictos de toda índole. La
pluralidad sin asideros fuertes no pueden llevar a otra cosa sino a la división
y la fragmentación. O se forja una unidad en la que Dios es el centro y
fundamento, o en la que el hombre auto-emancipado se arroga el delirio de
tratar de jugar a ser Dios. Tertium non datur.
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