El ser humano, en el devenir de la historia, ha ido construyendo una serie de instituciones y civilizaciones, pletóricas de diversidad de formas, contenidos, antigüedad y extensión. Algunas, han sido universales que se desprenden del ser mismo del hombre que necesariamente busca su propia conservación, no solo individual, sino social, colectiva. Otras, son muestra de una reflexión más original, contextual, de algunas comunidades y sociedades. La producción y conservación de las características básicas que conforman la identidad (o identidades) de los pueblos, ha perfilado a través del tiempo y del espacio, cierta "subjetivación" societal, a la que se la percibe con cualidades y defectos más propios de entes individuales, con personalidad.
Pero, ni la identidad ni la historia, son estáticas. Cada civilización sufrió transformaciones, tanto a nivel general, como en ya subproductos de la misma. Pónganse el ejemplo en el que nos centraremos: la civilización occidental. Conjunto influenciado por la filosofía griega, el derecho romano y la religión cristiana, entre sus elementos más importantes, sin obviar la existencia de otros, en distintos ámbitos, como el germánico. De esta amalgama, que en su forma más madura conformó a la realidad político- socio- religiosa de la CRISTIANDAD, surgieron diversas sociedades con mayor especificidad, de acuerdo a características de su contexto espacial, lengua, intercambiso comerciales, migraciones e idiosincrasias de sus gentes, que en buena medida, se aparcelaron en naciones, que pese a sus diferencias reales y algunas muy marcadas, se sabían parte de un conjunto superior, con una cohesión cosmovisiva y una serie de experiencias y narrativas de la vida, de lo cotidiano, de lo sagrado, que conservaban en común.
El surgimiento de nuevas ideas y paradigmas, así como el debilitamiento y decadencia en las instituciones antiguas, entre otros factores, fueron gestando cambios sustanciales en la civilización occidental. Con un anuncio de decadencia desde dos siglos atrás, la ruptura con lo tradicional empieza a manifestarse dramáticamente en la Europa del s. XVI, con la pérdida de la unidad religiosa bajo el catolicismo, por la llamada "Reforma Protestante" y la civilización occidental empieza a sustituir el teocentrismo que le caracterizaba, por un humanismo antropocentrista. El nuevo derrotero sería: "El hombre como dueño y forjador de su propio destino", que desplazaba al del "hombre como criatura llamada a reproducir el orden divino en la tierra y a trascender lo meramente natural, por la subordinación de lo pasional a la razón y de ésta a Dios". La modernidad, el naturalismo, el racionalismo y el liberalismo se irían sucediendo como pensamientos dominantes que reconfigurarían a occidente. Fragmentada la unidad religiosa, pronto el objetivo sería la extinción del orden tradicional político. La monarquía, de manera especial, la católica, no se podía sostener con los nuevos paradigmas. Y digámoslo así: independientemente de lo justo o no, de su decadencia o valor real de esta institución en los últimos siglos, por el simple hecho de representar un bastión sociopolítico de un ORDEN LLAMADO A SER "SUPERADO", las nuevas élites económicas e intelectuales no podían permitir que la monarquía continuara. Si religión y política tradicional era obstáculos para el "progreso", no había más remedio que o eliminarlas o infiltrarlas y vaciarlas de sus contenido auténtico, recondicionándolas bajo nuevos conceptos y formas "aceptables" para el mundo moderno.
Justamente, ahora, vivimos en una etapa en que, fenecida la antigua cristiandad, como consecuencia lógica, presenciamos un estadio avanzado de la agonía de la civilización occidental. Del cuestionamiento inicial al pensamiento e instituciones que afirmaban la trascendencia del ser humano, se pasó a su negación y ahora ya no solo se quiere negar a Dios, fuente de todo, fundamento de realidad en su sentido ontológico, sino que, se ha llegado como otra consecuencia de esperarse, a la negación misma de la naturaleza del ser humano. El hombre para cierto tipo de ideología contemporánea particularmente perversa, no tiene nada intrínseco que deba determinarlo a pensar o actuar de una forma específica, mucho menos, debería intentarse defender ningún tipo de orden moral o axiológico. El hombre, a lo sartriano, debería de negarse a deberse a un naturaleza de la que carece, y por el contrario, debería terminar de emanciparse definitivamente y hacer de él lo que quiera ser.
Así se puede comprender cómo se ha llegado al punto de que la familia misma como institución, el matrimonio, la defensa de la vida del feto, se encuentran en grave amenaza. Bajo la pretendida bandera de libertad y derechos, se concibe en el fondo al hombre tan moldeable de ser cualquier cosa, que bien analizado, en vez de dignificarse, acaba siendo un muñeco con el que pueden hacer lo que se les antoje, no un ser pensante que posee una particular constitución genética, psicológica, espiritual que por un lado, efectiva y realmente lo limitan (toda definición es una limitación), pero por otro, esa misma limitación es lo que le hace ser lo que es, y no un simple animal, vegetal, objeto o cualquier otra entidad.
Los más grandes problemas que estamos sufriendo en la actualidad, en mi opinión, aunque se deben a muchos factores de diferente tipo, se reducen, como humanidad, a problemas teológicos y antropológicos, de los que derivan los demás, hasta los más crasamente materiales.
Frente a esta decadencia, ¿qué hacer? Me sumo a quienes insisten que dado el estado de la situación, la fuerza e influencia de los enemigos, y la precariedad de los que estamos en capacidad de comprender en buena medida lo que está pasando, estamos en tiempos de RESISTENCIA, de TRINCHERA. Estudiemos, conozcamos, sepamos defender nuestros principios y valores inalienables. Tengamos a la vez, valor y prudencia para saber cómo y cuando ser activos en nuestras afirmaciones, y cuando conviene un silencio, no traidor ni complice, sino temporal, reflexivo y maduro. Pidamos a Dios luz, gracia, misericordia, perseverancia y poseer espíritu de katejon, de obstáculo para los planes de los enemigos de Dios, del orden natural, de nuestra civilización y de la eterna salvación de los hombres. Fomentemos el trato en camaradería con los semejantes en nuestras ideas, de fraternidad con los hermanos en la fe y con ellos edifiquemos TRINCHERAS en las que mutuamente nos resguardemos del mal espiritu del siglo, pero a la vez, sirvan como CIMIENTO DEL CASTILLO DE LA CIUDAD DE DIOS, AUN Y A PESAR DE LA BREVE VICTORIA DE LA CIUDAD DEL HOMBRE SIN DIOS. Hagamos con nuestras familias, con nuestros amigos, hermanos en la fe y contactos, principalmente, con nuestra propia voluntad e inteligencia, pequeños núcleos de civilización y transmitamos con nuestras palabras y obras, lo que hemos recibido, consituyéndonos humildes pero celosos custodios de aquello que merece sobrevivir y de lo que debe permanecer siempre, para que otras generaciones pueden recibirlo y entrar con nosotros en la comunión de fe y civilización, con nuestros ancestros y sobre todo, en comunión con la Fuente misma y razón de nuestra lucha.
Roberto López-Geissmann h.
Auspicioso comienzo. Felicitaciones.
ResponderEliminarSaludos en Cristo Rey y María Reina.
Estamos en la misma trinchera!
ResponderEliminarQue el Señor esté con nosotros.
Muchas gracias a ambos por sus comentarios. Saludos y bendiciones.
ResponderEliminarMe uno al comentario de Augusto TorchSon, hermano en la Fe Que el Sagrado Corazón de Jesús e Inmaculado Corazón de María Santisima, bendigan esta trinchera.
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