Antes que nadie
se atreva a hacerme comentarios que voy a vapulear durísimamente y sin
contemplaciones, por lo que voy a decir, me anticipo y doy muestra de
honestidad: sí, soy hombre, uno más, uno del común. En ningún momento hablo
desde una posición de altura moral superior a nadie. Tengo la herida del pecado
original al igual que el resto de la humanidad, y que a los hombres nos afecta
de forma especial en lo concupiscente. Soy católico confeso, y espero serlo
mientras siga creyendo que el catolicismo es la religión verdadera y si Dios me concede la
gracia y misericordia de anhelar siempre como deseables el bien, la verdad y la
belleza. Pero ser creyente no significa ni mucho menos, que se es santo. Tampoco no
ser santo y reconocerse pecador, no debería implicar abandonar por ello la fe y
dejar de defender lo que consideramos correcto. Esos son sofismas y mecanismos
de defensa de gente que por llevar decididamente una mala vida, la justifica, y
en su lógica abandona su búsqueda de trascendencia y de ser mejor, para
acomodarse a una moral laxa para nadie les vaya a cuestionar.
Dicho lo anterior, voy al grano: la muerte de
Hugh Hefner debería ser motivo de reflexión. Ante los ojos del mundo moderno,
quedará como un millonario empresario de una industria que cada vez ha ido
ganando mayor aceptación pública, como es la que vehicula la sensualidad y el
sexo. Imaginar siquiera que la pornografía y el sensualismo a escala industrial tendrían carta de
ciudadanía en la sociedad, habría sido impensable y altamente
escandaloso en otros tiempos, y no los contemos en siglos, incluso apenas en la primera
mitad del siglo XX.
Las pasiones son
constitutivas del ser humano. En sí mismas, ni buenas ni malas, sino en la
medida de adónde y cómo se orienten. Nos inclinan principalmente en nuestra
voluntad hacia objetos de los que se desea disfrutar o poseer. A través de la historia, en diferentes
sociedades y culturas se han desarrollado costumbres que dependiendo de las
convenciones sociales y normas morales y/o religiosas, se ha decantado por lo
licencioso o por el contrario, por premiar al menos en el discurso público, la
templanza. Y se ha registrado, también, extremos en estas orientaciones, desde
la admisión y proliferación de bacanales hasta tabúes de la sexualidad con
su consiguiente sanción a quienes transgredieran al puritanismo dominante.
En occidente, con
el espaldarazo de la revolución llamada por algunos “contracultural” de los
años 60’s y 70’s, lo sexual pasó de la esfera más doméstica e íntima en la que
ordinariamente solía expresarse, a una cobertura y exposición inédita en
relación a los siglos precedentes. Obviamente, los fenómenos no surgen de
generación espontánea. La modernidad y ciertos matices de visiones humanistas
ya venían preparando en la parte intelectual/axiológica, ciertas libertades que
sin mayor conciencia de sus fundamentos a nivel de pensamiento, ya se permitían
en alguna medida varias personas, no solamente dentro de lo anecdótico y en el
hombre de a pie, sino en círculos de poder y de status social alto.
Discútase la “moralidad”
o si se prefiere, como a algunos les gusta y se regodean extasiados de
insistir, la “doble moralidad” que hasta antes de la revolución contracultural
más o menos se mantenía vigente en occidente. Más que dedicarme a hacer una
apología de la moral tradicional y cristiana, lo que pretendo señalar aquí es
que el hecho que Hefner haya podido hacerse millonario en una industria en la
que él fue pionero hubiera sido imposible e impensable en épocas inmediatas
precedentes. No solo no hubiera podido: haberlo siquiera intentado le hubiera
granjeado un vituperio general y la reprobación activa de la mayoría. Incluida
la sanción gubernamental, no solo la religiosa. Y quiero llegar a este punto:
no porque la mayoría no contara con sus propias y quizá numerosas fantasías,
experiencias, deslices, infidelidades, prácticas y hasta parafilias sexuales, o
incluso pláticas impúdicas. No. No era por esas razones. Era porque todavía se
conservaba a manera general un sentido mayor del pudor, de que lo sexual, más
allá de costumbres que cada quien adoptara, más allá del grado de licencia o
templanza, se trataba de algo más íntimo, reducido a manifestaciones más
privadas. Las estampas y publicaciones poco pudorosas, aunque existían desde
mucho atrás, era material ilegal, se distribuían con poco tiraje y bajo una
atmósfera de clandestinidad. Hefner, por el contrario, cual profeta del
pansexualismo vigente, anunciaba un cambio dramático, al desvergonzadamente
colocar lo erótico y el desnudismo como nueva oferta pública de entretenimiento,
destinada a convertirse en una industria de consumo masivo, con la tolerancia
del Estado.
¿Qué pensar en
este sentido del susodicho magnate del erotismo y la pornografía? ¿Se puede
hablar de su labor como un “legado” y de su astucia comercial como “pionerismo”,
cual si se tratara de un prohombre de cuya memoria haya que hacerse algún
honor? La mentalidad moderna con tendencia al por algunos llamado “progresismo”
tenderá a ver en él un empresario exitoso que ayudó a quitarle la marca de tabú
al sexo y que llenó de “entretenimiento” a generaciones de adultos (y decenas
de miles de menores “curiosos”). En lo que a mí respecta, Hefner no fue más que
un cínico viejo degenerado y corruptor, a quien curiosamente las feministas no
suelen criticar, a pesar de ser un agente habitual de cosificación de la mujer.
Grandes han sido
y honor merecen los que han contribuido al ennoblecimiento de la condición
humana por sus aportes en la ciencia, la filantropía, la filosofía, las artes,
por su testimonio de fe, por causas justas. Este tipo, apenas y representa a la decadencia de
nuestra civilización, que es capaz de encontrar lucro a merced de la explotación de
las pasiones, en un contexto donde el sabio, el santo y el sacrificado son
marginados o hasta despreciados, en tanto que el mediocre, el cínico y el que se
acomoda a lo políticamente correcto, suelen figurar en la conducción de las
naciones, en la orientación de los valores, en la producción intelectual, así
como en las portadas de las revistas y en la cobertura de los medios de
comunicación.