lunes, 3 de julio de 2017

El hombre de la generación de 1500 es el constructor más decisivo de la historia de España.


España tiene a lo largo de la Edad de Oro un promedio de ocho millones de habitantes, la mitad que Francia y casi una quinta parte que Europa. ¿Cómo tan pocos pudieron imponer su hegemonía sobre tantos? ¿Cómo ejércitos exiguos pudieron apoderarse de imperios como el azteca y el inca? ¿Qué tipo de hombres producía aquella familia, universidad, Iglesia y sociedad? ¿Qué fuerza los cohesionaba, para significarse tanto no ya sobre la mediocridad del tiempo de Enrique IV, sino sobre las exigencias del Renacimiento y Humanismo? No basta acudir a la astucia, que también es un valor humano, si bien poco trascendente.

La respuesta está en el hombre, protagonista de la historia y situado en el ambiente de Enrique IV, en el de los Reyes católicos, Carlos V y Felipe II. Los Reyes Católicos realizaron la reforma del episcopado, de la mayor parte de los religiosos, de la enseñanza universitaria y de parte del clero secular, y sanearon el ambiente de la corrupción y abuso de poder. Se formó un pueblo hondamente cristiano en muchos estratos sociales. Una fe honda exige profunda ciencia teológica; ambas dan seguridad y exigencia a la persona. En 1500, Gómez García señala la estrenuidad, severidad y benignidad como armas de quien quiera batallar contra los vicios. Jaime Alcalá cristianizó la caballería, cubierta de gloria en la Vega de Granada (1515). El Arcediano del Alcor le dio estatuto de espiritualidad, hispanizando el Enchiridion militis christiani de Erasmo, que con acierto especial tradujo por Enquiridión del caballero cristiano (1525).

Tres años antes, en Manresa, Iñigo de Loyola, que aún no había trocado su nombre en Ignacio, dice que quien no responde a la llamada del rey eterno es digno de ser vituperado por todo el mundo y tenido por perverso caballero. El hombre de la generación de 1500 es el constructor más decisivo de la historia de España. No se puede interpretar la historia desde fuera de sus protagonistas, ni romper la unidad literaria de un hombre que escribe y enseña en latín y castellano, atendiendo sólo a una de sus lenguas, ni valorarlo sólo desde el aspecto literario sin atender al hombre en sí y a su proyecto. Aquellos hombres valoraban el deber de ser hombres y de hacer hombres que vivieran como tales en sociedad y la promocionasen y alcanzasen el destino de la vida: la salvación eterna. Puede el hombre de fines de 1993 estar o no de acuerdo con el de 1500-1600, pero tiene que reconocer la realidad de aquellas personas y, desde ella, explicar sus acciones y sus escritos.

(Melquíades Andrés, "Historia de la Mística de la edad de Oro en España y América", 1a Ed., BAC, Madrid, 1994, p.73)